Trabajo

“DE LA DIGNIDAD DEL TRABAJO”

Heriberto Santiago

Una de las características fundamentales de los seres humanos es que tenemos conciencia de ser, es decir, que mientras existimos sabemos que existimos; y más aún,  tenemos conocimiento de nuestra existencia individual, o sea que, aun perteneciendo a una especie, con quienes compartimos una serie de cualidades y un destino común, al mismo tiempo tenemos una existencia y una consistencia individual que nos separa, nos distingue y nos hace únicos. Y esta individualidad interior, de alguna manera se manifiesta hacia fuera, creando, podríamos decir, una especie de perfil que se hace apreciable a los demás, de lo que somos en la intimidad de nuestro interior. Pienso que en lo que hacemos, es en donde manifestamos con mayor propiedad lo que somos. Porque de alguna manera nuestro ser, se expresa, determina y está necesariamente vinculado a nuestro hacer. Hacemos en función de lo que somos, y esto se evidencia en la respuesta a la pregunta ¿Qué tu haces (Quién) tú eres? Cuando contestamos con lo que hacemos: “soy profesor, soy médico, soy abogado, soy panadero, soy comerciante, soy taxista, soy . . . denotamos que los demás captan nuestra especial, única e individual condición de ser.  

Es que de alguna manera los seres humanos nos exteriorizamos, desde nuestra conciencia más intima, adonde hemos encontrado las aptitudes y las motivaciones que provocan y despiertan nuestro interés por un hacer en el cual ponemos y desarrollamos todas nuestras potencialidades, aun aquellas que no conocemos, pero de las cuales nuestra alma es capaz. Es decir, lo que hacemos no es algo que llega del exterior y provoca el interior, sino al contrario, llevamos en el interior las aptitudes que nos llevarán a buscar en el exterior el quehacer que se identifique y adecúe con nuestra motivación más intima. Con el paso (devenir) del tiempo nos habremos involucrado y compenetrado tanto con lo que hacemos, que nuestra conciencia de ser se llegará a identificar con ello –lo que hacemos o con eso que hacemos-. Así, alcanzaremos la plenitud de nuestro obrar (ser) en aquello que hacemos  con toda la pasión de nuestro ser. Este planteamiento encuentra su más clara expresión en las palabras del maestro Jesús: “El árbol se conoce por sus frutos”. Sin necesidad de explicar el sentido de la expresión, sólo diré que el fruto del árbol sigue a la naturaleza de este, es decir, no es nuestro hacer lo que determina nuestra condición de ser, sino nuestra condición de ser lo que determina nuestro hacer.  

Si entendemos esto, y logramos llevarlo a cabo, manteniendo esa coherencia entre el deseo de nuestro ser y aquello que nos ocupa, entonces seremos felices en lo que hacemos y lo haremos con alegría, sin sentir jamás que nuestro trabajo es un fastidio, ni un tormento, ni un castigo. Mucho menos sintiendo  que nuestro trabajo no es importante, o que sea denigrante, recordemos a Desiderata: “Mantén el interés por tu propia carrera, por humilde que sea, ella es un verdadero tesoro en el fortuito cambiar de los tiempos”. Decía un antiguo sabio que:”no hay nadie más infeliz que aquel que vive en lo que no ama”. Lo que equivale a decir que aquel que no vive y disfruta en la plenitud de su ser aquello a lo que se dedica, es un infeliz y es un desdichado. A lo que agrega Facundo Cabral “El que trabaja en lo que no ama aunque lo haga todo el día, es un desocupado”. Lo que al parecer significa que cuando nos entregamos a hacer lo que amamos, estamos benditamente destinados a ser felices, y por vía de consecuencia, a hacer felices a aquellos a quienes va dirigido el efecto de lo que hacemos.  

Es que cuando hablamos del trabajo humano, de aquello que ocupa mayormente nuestro tiempo material, no estamos hablando de la aplicación mera y fría de la fuerza física o intelectual a la transformación de la materia, la modificación de la naturaleza, la producción de un bien, la creación de una obra artística, o la prestación de un servicio. El trabajo humano, aquello a lo que aplicamos mayormente nuestro ser, está orientado a unos fines que van más allá de la simple generación de cosas o de riquezas. El trabajo es el medio por el cual los seres humanos nos aplicamos en sentido solidario, a la realización de una labor que, necesariamente tiene como fin último servir al bienestar de los demás.  

El trabajo humano es la aplicación de nuestro ser a la creación o a la generación de algo que perdurará más allá del propio acto creador, e incluso, en algunas ocasiones, más allá de nosotros mismos y cuando no, es algo que durante perdure, va a servir al propio autor, o a otras personas, para la obtención de algún beneficio, aún sea sólo de deleite.  Porque efectivamente, una de las razones de ser que tiene el trabajo humano, es servir a los demás, es decir, el trabajo es servicio.  Rara vez el efecto de la labor que realizamos recae sobre nosotros mismos, es decir, el abogado no se hace abogado sólo para defender sus propias causas, ni el que es médico lo es sólo para sí. Tampoco es cierto que trabajamos sólo por el dinero que recibimos como pago por nuestra labor, o que trabajamos solo por los beneficios de utilidad práctica que el trabajo nos reporta, porque de ser así, seríamos capaces de hacer cualquier cosa por la que nos paguen, y no es así. Hay cosas que no las haríamos nunca, no importa cuánto nos puedan pagar por ellas. Y es que en nuestro quehacer, en nuestro trabajo está irremisiblemente vinculado todo nuestro ser, nuestros principios, nuestros  valores,  nuestras creencias y más aun, toda labor humana en cuya realización empleamos parte de nuestra existencia histórica, lleva impreso nuestro sello personal, está tejida con hilo de nuestra existencia histórica, ya que en ella nos desgastamos; lo que le da un valor agregado a  la obra o servicio realizado, que va más allá de su precio monetario. Con lo cual podemos decir, que el trabajo responde a un interés humano y al mismo tiempo humanizador. Es un medio de realización individual y social a través del cual desarrollamos nuestras potencialidades y capacidades más elevadas, pero también aportamos al crecimiento y al bienestar de la sociedad.  

Pensemos por un instante en las cosas y los servicios que consumimos en un día de nuestra vida, y veremos que quizás ninguno hubiera estado disponible para nosotros sin el esfuerzo y el trabajo que aportaron otras personas para hacerlo posible. Y quizás alguien dirá, sí pero ellos no lo hacen para complacerme, sino porque le pagan, o porque yo pago mi dinero por ese bien o ese servicio. Eso es cierto, pero también es cierto que las cosas que preferimos y a los lugares que vamos, lo hacemos porque con adquirir ese bien, o ir específicamente a ese lugar, recibimos una satisfacción o un nivel de complacencia que trasciende el bien que representa la adquisición de la cosa material, o que el gesto o el acto frío y mecánico del servicio. Pero también podemos ver el caso contrario, cuantas veces hay personas que ofertan cosas de mucha calidad, pero no vamos a  esos lugares porque no es apreciable el trato que esa persona tiene hacia los demás. Es  que la buena voluntad, es decir, la calidad del ser que nos otorga el servicio, es algo que no tiene precio.  

Dice mi querido amigo Luís Felipe, que: “La riqueza de enseñar no está en lo que se enseña, sino en lo que se aprende mientras se enseña, o con quien compartes la labor de enseñar” y traigo esto a colación porque uno de mis alumnos, Héctor Emil,  me dio la siguiente lección.  

Cuenta Héctor que en una ocasión entró a una repostería a  comprar algo, había muchas personas y una sola joven atendiendo amablemente a todos los clientes, delante de él había un señor de mediana edad, el cual le pidió algo a la joven, luego cambio su pedido, y luego lo volvió a cambiar. En medio de los cambios y la multitud de personas que están a la espera, la joven se confunde en el pedido que finalmente el señor había ordenado, al notar el señor que su pedido no está como él deseaba, se dirige a la diligente joven que lo está atendiendo de manera grosera. Héctor que ha visto todo, y es de esas valiosas personas que ante la injusticia no se queda callado, le dice al señor: “Disculpe señor que el asunto no es conmigo, pero usted debería dirigirse a esa amable joven con más respeto, primero, porque es un dama, segundo, porque usted está viendo el tumulto de personas que ella sola tiene que atender, tercero, porque usted fue que creó la confusión con sus cambios de pedido, y cuarto, porque ella amablemente le está sirviendo el pan que usted podrá llevar hoy a su casa para su familia. Piense que si ella no estuviera ahí, (en este sentido alguien), ¿cómo podría usted adquirir el pan que hoy tiene? Cierto Héctor, y gracias por el testimonio.

Es que toda noble labor realizada con entereza y entrega, por humilde que sea, debe ser respetada por ser trabajo y por la persona que la realiza.   Pero si bien es cierto que el trabajo es ennoblecedor, también es cierto que trabajamos no sólo por la satisfacción que nos deja, mucho menos trabajamos para estar cansados. El trabajo, nuestro trabajo, debe reportarnos algo más que la sola posibilidad de adquirir los recursos que nos permitan reponer nuestras fuerzas y mantenernos vivos. Trabajamos porque el trabajo es el medio por el cual podemos, esperamos  y nos hacemos merecedores de mejorar nuestras condiciones de vida, de alcanzar nuestras expectativas y de lograr nuestras metas, las metas que nos hagan sentir plenamente realizado en lo que quisimos ser. Por lo tanto el trabajo debe ser visto como el medio más idóneo para la prosperidad y el crecimiento, tanto a nivel individual como a nivel social.  

En ese mismo sentido el trabajo debe garantizar al trabajador una vida digna,  tanto a presente como a futuro. No es posible, no es justo, ni humanamente concebible en una sociedad, que ni siquiera quienes trabajan a nivel profesional, puedan  garantizarse para sí y sus familias unas condiciones de vida seguras, estables, que les permitan cierta libertad y cierta tranquilidad económica.   

Visto en su justa dimensión, el trabajo es algo sagrado, es casi una religión que consagra el esfuerzo humano a fines trascendentes a través del cual aportamos al crecimiento de la sociedad y avanzamos en nuestra propia realización. El trabajo, bendito designio de Dios mediante el cual endulzamos y damos sabor al pan que ponemos en nuestra mesa.