Sueño y Realidad
Heriberto Santiago
Entre las muchas cosas que siempre tendré que agradecer a esta institución, el Colegio Nuestra Señora de la Altagracia (CONSA), está la oportunidad que me da de expresar mis ideas a través de este medio. A mí, que soy el más simple de cuantos seres humanos habitan en el mundo. A mí, que soy un ser humano común y corriente, que no tengo nada de especial, ni ostento títulos que me distingan o me faculten de manera especial en algo; a mí, que no gozo ni de fama, ni de renombre, ni de poder alguno. A mí, que soy simplemente, un simple ser humano.
En este espacio, mis ideas, simples al igual que yo, cobrarán alas para volar en libertad por el universo del intelecto, donde personas que si son grandes y se destacan por su sabiduría y la profundidad de sus pensamientos, han puesto en vuelo las ideas hijas de su reflexión. En este espacio, mis ideas cobrarán cuerpo y se vestirán con las sutiles letras que las cubren, para llegar y desnudarse impúdicas a cambio de su tiempo ante quienes generosamente las favorezcan con su atención.
Es esta la primera vez que mis ideas cobran voz para contarse en público, y nacen así, llenas de temor, sin ninguna pretensión. No pretendo con ellas convencer o encontrar adeptos que las secunden, porque hijas de mi reflexión, no constituyen elaborados discursos capaces de encender en la mente, en el alma y en el corazón del lector pasiones o emociones que las hagan memorables mas allá de su lectura. Es más, quizás no sean ellas ni siquiera dignas de la inversión del tiempo que se tarde en leerlas. Tampoco tienen mis ideas bálsamo alentador para quienes sientan en su alma algún pesar. Mucho menos contienen hálito transformador de vidas, ni contarán conmovedoras historias de vida transformadas. Mis ideas quizás no resultarán interesantes a nadie, pero aún así quiero contarlas. Y si es que encuentran asidero en alguna alma generosa, no será por su importancia, sino porque por generosidad, esta alma noble, las tolere en su simplicidad.
En mi humilde condición de ser un ser humano común y corriente, vivo rodeado de personas como yo, según los principios y valores que me enseñaron como los mejores, como los que había que cultivar en todos los ámbitos de las relaciones humanas para convivir en paz y armonía con todo y con todos los demás. Porque son sus valores y sus principios los que hacen a uno ser una buena persona y lo hacen apreciable ante aquellos a quienes uno aprecia, quiere y ama.
En mi humilde condición de ciudadano, que vivo y ejecuto mis acciones en el seno de la sociedad, siempre busco, juzgo y presumo que todos los demás enarbolan los mejores principios y valores como su norma de vida. Pero más aún, supongo que todo el ordenamiento social y las personas que en la sociedad tienen poder de dirección, tienen como fundamento esas sencillas ideas, que hasta el más humilde de los seres humanos acoge, comprende y es capaz de asumir en su vida de manera práctica.
Partiendo de este supuesto, creo firmemente y me ilusiona el ideal de convivencia e igualdad que la sociedad enarbola entre todos los seres humanos. Me entusiasman el orden, los principios y valores que la sociedad promueve en sus normas y en sus instituciones, y que el Estado, como rector del orden social, sustenta en su constitución y en sus leyes. Porque son la plena garantía de una convivencia social armoniosa y en paz. Entendida la paz, no como la ausencia de conflictos entre los distintos sujetos que interactúan en el seno de la sociedad, sino como un estado de bienestar, progreso y logro de los objetivos de cada persona y donde cada uno encuentre las oportunidades que le permitan realizarse a plenitud.
Por ejemplo, en cuanto a la forma de andar por las calles, me ilusiona lo que la sociedad y las leyes han establecido y me han enseñado como la manera correcta de transitarlas para hacer la circulación más viable y más segura. Obedeciendo las señalizaciones que han puesto las autoridades, unas autoridades que cumplen de manera cabal con sus funciones y responsabilidades de mantener las calles en buen estado, acondicionadas y debidamente señalizadas, porque esta es su razón de ser. Unas calles en las que las personas que las transitamos nos manejamos con toda la prudencia que requiere un buen comportamiento ciudadano, respetando el igual derecho que tienen los demás a transitar por ellas. Unas calles que todos ayudamos a mantener limpias, sin arrojar desperdicios o hacer ruidos que las ensucien. Unas calles en las que primen con ley las normas de buena convivencia humana, evitando los conflictos y respetando a los peatones que por ellas transitan. Que respetemos las luces de los semáforos, puestas para agilizar el tránsito de manera ordenada y para garantizar nuestra integridad personal.
Me persuade e ilusiona la idea del buen vivir en un ambiente de democracia basado en el respeto a los derechos y libertades ciudadanas, en el cual existen verdaderos mecanismos de participación y representación en todos los niveles y esfera del gobierno. Porque nosotros como población sustentamos con nuestros aportes unas estructuras organizativas de la sociedad, para que quienes en ella desempeñen funciones, la ejerzan con integridad y esmero.
Me persuade e ilusiona la sociedad que ha puesto en la familia la base de su organización. Donde los padres guardan el bienestar y la integridad de sus miembros amparados en la protección responsable del gran padre de familia que es el Estado. Y si por alguna circunstancia, aquel no cumpliera con sus responsabilidades, el Estado se mantiene vigilante para actuar de manera subsidiaria en la circunstancias y al nivel en que su brazo alcance. La familia, comunidad de personas en cuyo seno sus miembros viven y crecen cultivando sólidas relaciones basadas en la confianza, el amor, el respeto, la comunión y la comunicación.
Me entusiasma arrebatadoramente la idea de la igualdad entre todos los seres humanos, más allá de cualquier diferencia de criterio, que más que distanciarnos, nos armoniza y nos enriquece. Y más aún, que en base a esa igualdad las acciones colectivas se encaminen a la obtención del bien común, entendido este, no solo como participación igualitaria en el disfrute de un patrimonio colectivo, sino como el conjunto de condiciones que nos hagan sentir a todos tranquilos, felices y realizados en el seno de la sociedad.
Me produce inmensa felicidad, haciéndome sentir seguro y tranquilo el saber que cada persona que nace en la sociedad, tiene la oportunidad de participar en igualdad de condiciones en un proceso educativo, el cual le permite adquirir y desarrollar las destrezas de pensamiento y las habilidades de ser que lo crecen y lo engrandecen en el plano humano, social, intelectual y espiritual.
Perdonen mi ingenuidad, y no me califiquen de iluso y soñador si aún sigo creyendo que sobre estos ideales se puede vivir mejor.